Samuel Tracol. Jean Genet fue confiado a la asistencia pública desde muy pequeño y fue criado por una familia de acogida. Tras fugarse de allí, fue arrestado por vagabundeo y robo, y enviado a la colonia penitenciaria de Mettrey, en la que se sometía a los menores a trabajos forzosos. La idea era que el trabajo al aire libre y la disciplina carcelaria permitirían su rehabilitación. Entre 1926 y 1944, estuvo en 14 prisiones diferentes, en las que pasó un total de seis años. Durante una buena parte de este periodo, Jean Genet peregrinó por Europa, donde descubrió varios sistemas carcelarios, sobre todo en la Alemania Nazi y en Checoslovaquia. En 1943, lo condenaron a la relegación perpetua, una pena de trabajos forzosos que se aplicaba a los reincidentes y que, hasta 1938, se cumplía en la colonia penitenciaria de la Guayana francesa. Detenido en Francia metropolitana, Jean Genet expresa, en las primeras páginas de El diario de un ladrón, su decepción por no haber estado este presidio, símbolo de la cúspide de su carrera como recluso. En 1944, fue liberado definitivamente gracias a la intervención de su amigo Jean Cocteau.
En su “trilogía carcelaria” compuesta por Nuestra señora de las flores (1949), El milagro de la rosa (1946) y El diario de un ladrón (1949), Jean Genet habla sobre la prisión y sus experiencias carcelarias. Sus dos primeras obras las escribió en prisión, así que, los muros de la prisión sí marcaron la vida y la obra de Genet y se convirtieron en un espacio de expresión literaria, poética y política, en el que denuncia los presidios para menores y recuenta la tortura que fue para él su encarcelación en Mettray.
Gloria Alhinho. Los muros, y la colonia penitenciaria de Mettray, juegan un papel esencial en la geografía personal y literaria de Jean Genet, ya que fue en ellos donde comenzó su proceso de escritura. Estos representan un lugar íntimo, erótico, de encuentro, en el que se descubrió a sí mismo como persona y como escritor. Los muros constituyen para él un espacio orgánico, en el que se conforma la familia de niños que se conocieron en Mettray y que, más tarde, se cruzarían en otras prisiones. En esos muros quedó la huella de su desesperación, su aburrimiento, sus amores y sus amistades. Genet incluso escribió un guión titulado El lenguaje de la muralla (Le langage de la muraille), que trata de la historia de la colonia penitenciaria de Mettray, pero que nunca llegó a publicar. El universo metafórico de flores que revela en su obra, también podría asociarse a los muros. Patti Smith tiene un profundo conocimiento de esta relación, que describió en el prefacio de El diario de un ladrón reeditado en 2018. En él menciona la metáfora de los niños encarcelados que se convierten en flores en un libro de la vida por venir, y rinde homenaje a la imaginación de Genet en su relación con los muros y las flores.
ST. En efecto, los muros pueden asociarse a la metáfora de las flores, ya que Mettray es un entorno abierto, en el que los muros son en realidad espacios naturales. En su película Una canción de amor (Un chant d’amour) de 1975, los muros de la prisión tienen una dimensión erótica muy explícita. En El milagro de la rosa, Jean Genet también evoca el muro sagrado de la prisión de Fontevraud, antigua abadía en la que nunca estuvo encarcelado, y habla del helado muro del calabozo de la Alemania nazi, en el que pasó una noche; una experiencia que describe como un calvario. Los muros de la prisión son omnipresentes en su obra. Jean Genet los describe de manera carnal, en metáforas literarias, para él los muros representan las cicatrices de la vida y las reliquias, e incluso adquieren una dimensión sagrada.