Hacia las 20h, podremos degustar otra comida de Navidad, pero esta vez a la manera occidental. Cita en una de las chozas apiñadas en la fachada norte del bloque 7, llamado aquí de manera pomposa el “New Hotel”. Se trata de una habitación de 5 m² y 1,80 m de alto. Al entrar debo agacharme para pasar debajo del marco de la puerta.
Dentro, mi cabeza toca todavía el techo. Sentado detrás de una pequeña mesa, hay un calvo gordo que me recibe con los brazos abiertos con un acento de Europa del Este:
“¡Bienvenido, encantado de conocerte, amigo!“. Tiene el físico de un oso. Con su cráneo liso, su perilla embellecida y su piel sonrojada, destaca entre los pequeños nepaleses.
“-Gracias, gracias. ¿Eres tú el famoso Alexeï ?“. El calvo baja los brazos.
“*-No, yo soy Adam, vengo de Polonia. Alex es el alemán que está ahí, el que ha organizado la velada”*. Me muestra un hombre mucho más delgado y joven situado junto a un hornillo. Parece un profeta, con su pelo largos, barbita y con su expresión de desilusión. Me dice:
“Hola, estoy contento de que hayas venido. Muchos me han hablado de ti. ¿Estás aquí desde hace tiempo?
-Una semana.
-¿Y todo te va bien?
-Bueno, todavía sigo en el bloque 7. Me imagino que lo conoces. No he venido con las manos vacías, he traído un regalo.
-Ah, ok. Bien. Puedes sentarte.¡Bienvenido!” Me apiño junto a Adam. Cuando el nepalés que debe ser el cocinero enciende el hornillo, grandes llamas relamen las vigas de color carmesí. Luego, pone encima un plato en forma de sombrero cónico al revés y un espeso humo de aceite quemado ennegrece en seguida las paredes.