La prisión de Niamey tiene una capacidad para 450 personas, pero, cuando estaba ahí, éramos unos 1512. La cifra varía constantemente, pero en todo caso siempre hay más de 1500 reclusos. El hacinamiento es problemático. Existen varios módulos, pero hay una celda en la que ponen a todo el mundo, a los pequeños delincuentes y demás. No te puedes ni siquiera imaginar la sobrepoblación de ese lugar; hay tan poco espacio que hay gente hasta en el corredor. Meten a las personas como “sardinas”: cabezas contra pies para optimizar el espacio; solo es posible dormir de lado. Todo el mundo intenta evitar esa celda, pero se necesita dinero para pagar los sobornos. Los que no lo tienen, ni modo.
La comida y los sanitarios son repugnantes. Las raciones de alimentos son insuficientes y, en su mayoría, a base de sorgo; con eso hacemos gachas, esperamos a que sequen y, luego, hacemos bolas del tamaño de un huevo. La distribución se hace una vez al día, así que, ahí comienzan los abusos y las exacciones. Es difícil hacer la cola sin recibir empujones. A menudo, las cosas degeneran y se terminan repartiendo golpes a las personas para que se alineen. Si estás al final de la cola, eres débil o no quieres que te empujen, no obtendrás nada.
La cantidad de alimentos no alcanza para 1500 reclusos. Cuando se acaba la distribución, no hay más, te quedas sin comida.
Al otro día, será lo mismo. Algunos no tienen nada, ni visitas ni recursos. Pueden pasar años así, abandonados. Ciertas personas pasan hasta 24 o 48 horas sin comer.