NACÍ en 1979, tuve una infancia feliz y una familia amorosa, con la que vivía humildemente. El 18 de julio de 2001, día en que tuvo lugar el asesinato, fue un día común y corriente; aún sigo sin conocer los detalles de lo que sucedió. Acusaron a cinco personas, entre ellas yo, de haber mantenido relaciones ilícitas con una mujer y haber asesinado a su esposo, quien era un poderoso terrateniente. El juicio duró dos años y medio; otro hombre y yo fuimos sentenciados a muerte y otros dos fueron condenados a cadena perpetua.
Cuando estaba en prisión, sabía que mi tiempo se perdería, así que decidí hacer algo con él: me propuse mejorar y completar mi educación. Empecé a aprender el Corán y luego terminé mi bachillerato. Enseguida comencé mis estudios universitarios y me inscribí a un máster en estudios Islámicos, del que espero graduarme pronto. Aprendí caligrafía, la cual sigo practicando, y empecé a escribir poesía. Estos hobbies me ayudaban a encontrar algo de paz y esperanza.
Me esforzaba por no tener ningún sentimiento mientras estaba encerrado, necesitaba tener un corazón de piedra para poder sobrevivir al corredor de la muerte.
Estar allí me hizo entender verdaderamente lo que es la muerte. Durante mi estancia en ese lugar, fui testigo de 50 ejecuciones. Eso te cambia.
Solía orar cinco veces al día en mi celda, en la que tenía que pasar 22 horas diarias. Por lo que tenía entendido, iba a pasar mucho tiempo encerrado, así que aprendí a ser paciente. Comía y caminaba cuando era el momento, pero solo en el módulo reservado para los condenados a muerte, en el que las celdas miden alrededor de 4 m2..
Khawar, uno de los hombres acusados por el asesinato, murió en invierno debido a un infarto. Su muerte tiene mucho que ver con la negligencia de la administración y la falta de tratamiento. Yo tuve una hepatitis mientras estuve en prisión, pero, afortunadamente, ya me he recuperado.
Durante mi encarcelamiento, me convertí en maestro de religión, por lo que me llamaban ustaad. Asimismo, gracias a mis habilidades en escritura y a mi incorruptibilidad ─habría podido hacerme fácilmente más de 5000 PKR (cerca de 30 euros) ─, rápidamente me gané la confianza del personal para trabajar como empleado de oficina (munshi). Mis familiares estaban muy orgullosos por esto; ellos solían enviar mantas para los otros reclusos en el invierno.