GS. Podríamos decir que las críticas se resumen o concentran en una: la idea de que la realidad de las “prisiones modelo”, su funcionamiento concreto, no se ajusta o incluso contradice totalmente su supuesta misión, su proyecto “sobre el papel”. La demostración es muy sencilla: estaríamos en aprietos si tuviéramos que encontrar una sola prisión de la que, tras unos años de funcionamiento, pudiéramos decir que cumple con su proyecto inicial ─a no ser que este sea el de mortificar, en cuyo caso, por desgracia, todas serían un éxito─. Esta es la brecha, o más bien el desfase, entre las normas y las prácticas, entre las pretensiones y las realidades. Una interpretación de la historia de las prisiones modelo las presenta como una larga serie de fracasos, o incluso como un fiasco irreparable. Un fiasco que tiene lugar tanto aquí como en otros lugares, ya que el libro nos lleva no solo a Francia, sino también a China, India, España, etc.
Por muy tentadora que sea, esta interpretación me parece errónea, o al menos creo que no va lo suficientemente lejos. Ese es el argumento básico del libro. Sin inventar nada, me limité a seguir el argumento inverso de Vigilar y castigar (Surveiller et punir), en el que Michel Foucault nos invitaba a ver el éxito en aquello que a primera vista parecía un estrepitoso fracaso. Este “éxito” es el del papel fundamental que desempeña la prisión en lo que él llamó la gestión diferencial de los ilegalismos. En contra de las creencias, Foucault no sostiene que la prisión produce delincuencia (según el trillado tema de la prisión como escuela del crimen o fábrica de reincidencia, como señala en sus fuentes), sino que crea la delincuencia.
De este modo, la prisión sirve para separar y estigmatizar solo algunos de los delitos menores (entonces asociados al imaginario de los “bajos fondos” estudiado por Dominique Kalifa[^ khal]) y, al mismo tiempo, para exonerar las prácticas menos brillantes, sobre todo, aquellas cometidas por las clases dominantes.
Hasta el día de hoy, la prisión sigue desempeñando este papel con cierta eficacia. En la misma línea, haciendo la misma inversión, podríamos considerar los evidentes retrocesos de las prisiones modelo como un éxito, como, por ejemplo, su capacidad demostrada para prevenir revueltas colectivas. O incluso su contribución para eclipsar la cuestión esencial de lo que en sociología se denomina construcción social del delito, es decir, lo que, en una sociedad, se considera delincuencia o criminalidad, y lo que no.
[^Dominique Kalifa],Los bajos fondos: historia de un imaginario, ediciones du Seuil, 2013.