Sunny Jacobs: la vida más allá

Tenía todo el tiempo del mundo para mí misma y, al final, decidí que mi vida aún me pertenecía. Creí en la esperanza en lugar de en la desesperanza. Necesitaba reparar mi relación con Dios, ya que hasta había empezado a dudar de su existencia por lo que nos había pasado. Si va a haber esperanza, tiene que haber Dios. Me creé una [rutina](lien vers la section ‘Life inside’) diaria y tomé el control de mi vida. El tiempo que tenía aún era mío, y convertí mi celda en un santuario.

Fue una época interesante; en cierto modo, descubrí una libertad dentro de mi celda. Aprendí que siempre tienes opciones. Y yo opté por encontrar algo de alegría en mi vida, incluso allí. Hacer planes para cuando me liberaran me ayudó mucho. Cada noche, a través de la meditación, enviaba mi energía a Jesse y a mis hijos, para darles el beso de buenas noches. Descubrí algo dentro de mí que me liberó. Incluso cuando me conmutaron la pena de muerte por cadena perpetua, mantuve esa rutina. La meditación, el yoga y la oración se convirtieron en mi Santísima Trinidad. A día de hoy, continúo haciendo lo mismo.

Cinco años después de mi puesta en libertad, me atropelló un coche. Pensé: “¿Es una broma? ¡Esto no me tendría que pasar a mí!” Pero el hecho de tener la movilidad reducida, hizo que fuera una profesora de yoga más compasiva y comprensiva con las personas que no se podían mover muy bien. Este accidente no ha repercutido en mi libertad. Mi mente aún es libre.

El perdón es una de las primeras cosas de las que hablamos con Peter, mi esposo. La definición es complicada: ¿qué es el perdón? ¿Significa que está bien que te trataran de la manera en que te trataron? Claro que no. Pero esto no va sobre ellos, porque ellos ni siquiera se dan cuenta o les importa lo que te hicieron. Esto va sobre ti. Es lo que te hace libre. El perdón, para mí, era estar dispuesta a dejar atrás todos esos sentimientos de resentimiento y odio, y substituirlos por alegría, felicidad y salud. Es un gran cambio, pero aún es un proceso.

La parte más difícil fue perdonarme a mí misma. A veces, una simple canción me lo recordaba todo, y, entonces, tenía que volver a perdonar. Aún, hoy en día, mis hijos tienen problemas, que sé que vienen de mi época en prisión; cuando oigo cómo esta afecta a los niños, tengo que esforzarme por perdonar de nuevo. Esto me enfurece, y me entristece, pero mi manera de lidiar con ello es luchar activamente contra la pena de muerte para cambiar las leyes injustas y ayudar a las personas afectadas por estas leyes.