Peter Kerekes. Los controles de seguridad en la entrada de la prisión no eran demasiado estrictos y teníamos suficiente libertad para desplazarnos dentro del establecimiento. Solo se prohibían los teléfonos móviles, el alcohol y las drogas, lo que me pareció más una ventaja que una restricción, ya que todo el mundo podía concentrarse en la película.
Tuvimos que ajustarnos a los horarios de la prisión, así que solo podíamos filmar entre las 7:00 a.m. y las 7:00 p.m. Si queríamos hacer una escena de noche, necesitábamos una autorización especial. Teníamos entonces 12 horas para filmar, algo inhabitual, pues, por lo general, rodamos entre 16 y 18 horas diarias. Por esta razón, el rodaje se prolongó, lo que aumentó los gastos de manera considerable. Para compensar, tuve que optar por un material menos costoso y de menor calidad óptica. También dependíamos mucho de las condiciones meteorológicas y, a menudo, teníamos que esperar el sol o las nubes. Las reclusas tenían que esperar con nosotros. Pero, paradójicamente, esas largas horas de espera que pasamos fumando y charlando en el patio, fueron la parte más importante del rodaje, ya que nos permitieron compartir más tiempo con ellas, escuchar sus historias y crear lazos de amistad.
Esta película es una mezcla entre documental y ficción. Si hubiéramos hecho un mero documental, no habríamos sido más que unos intrusos que se limitaban a observar la vida de las reclusas de Odesa. La ficción, en cambio, nos permitió ─realizador y reclusas─ trabajar juntos para representar la imagen de la prisión. Un documental habría incitado a las reclusas a mostrar una mejor imagen de la prisión, diferente a la realidad. El prisma de la ficción les permitió sentirse más libres para hablar de sus sueños y sus temores. Además, de este modo, pudimos documentar de manera más fiel las condiciones de reclusión.