Venezuela: el instante previo

Recuerdo que ellas regresaban de una obra de teatro evangélica, a la que también asistieron los hombres. Los evangélicos son los únicos realmente se preocupan por estas personas; van a los centros penitenciarios para presentarles obras de teatro, normalmente con un final esperanzador; les transmiten un mensaje de perdón, de autorrespeto, de amor proprio, etc.; les brindan comida y rezan con ellas. En ese momento, precisamente salían de la obra de teatro y volvían al centro penitenciario.

Yo me dirigía hacia la celda con el guardia. Fue ahí donde hice la fotografía, a la entrada del centro penitenciario.

Es una fotografía que representa muchas cosas y permite comprender el contexto de la prisión. Son mujeres privadas de libertad. Es una fotografía que permite entender claramente dónde estoy, quiénes son estas mujeres y en qué contexto y circunstancias están. Se puede observar que hay muchas mujeres hacinadas en la celda; se puede percibir que es un lugar bastante siniestro y oscuro, en el que el aire que solo circula a través de los pequeños agujeros de la puerta.

Para este proyecto, visité unos quince centros penitenciarios y dos prisiones estatales entre 2017 y 2019. Entrevisté a unas ciento cincuenta mujeres, con lo que creé como una base de datos, en la que registré su edad, su nombre y el motivo de su condena.

Desafortunadamente, cuando terminé y publiqué mi trabajo, nada sucedió; no hubo ningún cambio palpable. Creo firmemente que mi trabajo como fotógrafa debe tener un impacto. No solo me interesa publicar la historia, yo quiero que todos los trabajos que hago tengan efectos reales. Cuando trabajé en este proyecto en Venezuela, no paso nada. Así que decidí expandirlo a toda la región de Latinoamérica; en el Salvador trabajé durante cuatro meses en 2021, dentro y fuera de prisión. Allí no solo me concentré en la prisión, sino también en cómo las pandillas son, en cierto modo, una forma de prisión metafórica, digamos, y real. Se trata de bandas criminales organizadas, de las cuales una vez que ingresas, ya no puedes salir. Salir de ellas se castiga con la muerte. Las mujeres no salen.

Si comparamos un poco la prisión venezolana con la salvadoreña, nos damos cuenta de que es lo mismo. Las mujeres privadas de libertad provienen de la clase media/baja, no tienen educación y proceden de contextos de pobreza y violencia. Muchas de las mujeres que entrevisté, que forman parte de la pandilla, son mujeres que no conocen otro contexto familiar que no sea el de la pandilla, pues los padres también pertenecen a ellas.

Con mi trabajo dentro de la prisión, me enfoqué en documentar el día a día de estas mujeres ─ al igual que en Venezuela─. Pero también descubrí que, en el Salvador, una de las principales causas por la que las mujeres están en prisión es la prohibición del aborto, que se considera homicidio agravado y se castiga con treinta años de prisión. Todavía hay dieciocho mujeres privadas de libertad por esta ley. Pero el aborto no solo ocurre de manera voluntaria, sino también involuntaria. Algunas mujeres me dijeron que al despertarse después de haber perdido el conocimiento, estaban esposadas a una cama de hospital por haber “matado” a su hija o a su hijo. Es una situación bastante violenta que se vive en este país con respeto a los derechos de la mujer.

Para este proyecto, visité unos quince centros penitenciarios y dos prisiones estatales entre 2017 y 2019. Entrevisté a unas ciento cincuenta mujeres, con lo que creé como una base de datos, en la que registré su edad, su nombre y el motivo de su condena.

Desafortunadamente, cuando terminé y publiqué mi trabajo, nada sucedió; no hubo ningún cambio palpable. Creo firmemente que mi trabajo como fotógrafa debe tener un impacto. No solo me interesa publicar la historia, yo quiero que todos los trabajos que hago tengan efectos reales. Cuando trabajé en este proyecto en Venezuela, no paso nada. Así que decidí expandirlo a toda la región de Latinoamérica; en el Salvador trabajé durante cuatro meses en 2021, dentro y fuera de prisión. Allí no solo me concentré en la prisión, sino también en cómo las pandillas son, en cierto modo, una forma de prisión metafórica, digamos, y real. Se trata de bandas criminales organizadas, de las cuales una vez que ingresas, ya no puedes salir. Salir de ellas se castiga con la muerte. Las mujeres no salen.

Si comparamos un poco la prisión venezolana con la salvadoreña, nos damos cuenta de que es lo mismo. Las mujeres privadas de libertad provienen de la clase media/baja, no tienen educación y proceden de contextos de pobreza y violencia. Muchas de las mujeres que entrevisté, que forman parte de la pandilla, son mujeres que no conocen otro contexto familiar que no sea el de la pandilla, pues los padres también pertenecen a ellas.

Con mi trabajo dentro de la prisión, me enfoqué en documentar el día a día de estas mujeres ─ al igual que en Venezuela─. Pero también descubrí que, en el Salvador, una de las principales causas por la que las mujeres están en prisión es la prohibición del aborto, que se considera homicidio agravado y se castiga con treinta años de prisión. Todavía hay dieciocho mujeres privadas de libertad por esta ley. Pero el aborto no solo ocurre de manera voluntaria, sino también involuntaria. Algunas mujeres me dijeron que al despertarse después de haber perdido el conocimiento, estaban esposadas a una cama de hospital por haber “matado” a su hija o a su hijo. Es una situación bastante violenta que se vive en este país con respeto a los derechos de la mujer.