En las prisiones de máxima seguridad, las personas imputadas permanecen en régimen de aislamiento solitario y se les somete a frecuentes interrogatorios.
Diez oficiales del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica, ocho hombres barbados y armados, y dos mujeres, llegaron a mi casa, en Teherán, a las 6:00 de la mañana para arrestarme. Las mujeres registraron las habitaciones ─hasta nuestra ropa interior─ y los hombres, el resto de la casa. Durante el registro, no dejaban de llamar a su oficial de mando para preguntarle si debían confiscar lo que encontraban. Al final, me llevaron a la prisión de Evin, en la que me dieron unas mantas. No tenía ni un bolígrafo, ni un libro, nada.
En las prisiones de máxima seguridad, las personas imputadas permanecen en régimen de aislamiento solitario y se les somete a frecuentes interrogatorios. Existen varios tipos de celdas de aislamiento: algunas sin ducha ni sanitarios, otras con solo un sanitario, y algunas con ambos. Las autoridades trasladan a las personas en función de su voluntad de endurecer o facilitar sus condiciones materiales de reclusión.
Al principio me pusieron en una de las celdas sin sanitarios ni duchas, como suele ser el caso. Cada vez que quería ir al baño, tenía que poner una hoja de papel en una ranura y esperar a que uno de los guardias pasara frente a mi celda, viera el papel y me dejara salir. Te prohibían gritar cuando necesitabas ir al baño, y si lo hacías, los guardias te impedían salir. Ahora han instalado interfonos, pero en aquella época no había nada.
Los interrogatorios siempre seguían el mismo protocolo. Después de encerrarte en la celda por varias horas, el guardia abría la puerta y te decía: “Cabeza abajo, los ojos bien vendados. Solo puedes mirar tus pies y no debes hablar durante el camino. Si levantas la cabeza, te rompo el cuello”. Teníamos que atravesar un espacio abierto para llegar frente a otro edificio. A través de un sistema de videoportero, el guardia decía: “Traigo al 58”.
El primer día de interrogatorio me golpearon e insultaron. Estaban molestos conmigo por criticar el islam y por publicar en línea contenido sobre temas sociales. Pero, en particular, me acusaban de criticar al profeta del islam y a los imanes. Me golpearon tan fuerte que perdí el conocimiento, y, cuando desperté, ya estaba en mi celda. Mi primer día consistió en golpes, insultos y amenazas. Unos días después, comenzaron los “verdaderos” interrogatorios. Los oficiales imprimieron algunas de las publicaciones que había subido a las redes sociales y me pidieron que las justificara y explicara por qué había difundido este contenido. En ellos criticaba la situación de Irán con el objetivo de encontrar soluciones. Sin embargo, querían que confesara que había recibido dinero por parte de Israel y Estados Unidos, y, por esta razón, me golpearon, amenazaron y torturaron. Tenía la impresión de que querían hacer creer que yo habría derrocado al Gobierno si no me hubieran arrestado, porque buscaban una mayor recompensa. A pesar de todo resistí, aunque esto me costará la privación de visitas y de llamadas por tres años. Al fin y al cabo, mi resistencia valió la pena y ayudó a mi abogado a defender mi caso.