Dinámica de penalización de la pobreza en Haití y en Túnez, y transmisión de la herencia colonial francesa. [extractos]
Arnaud Dandoy. Varios estudios realizados en todo el mundo han puesto de relieve el desproporcionado impacto de algunas leyes y normativas que penalizan a las categorías más desfavorecidas de la sociedad por delitos menores. Según la información recopilada por el CRESEJ, las pequeñas infracciones y contravenciones representan el 25 % de los casos que trata la justicia haitiana.
En Túnez, la situación es similar, ya que una gran cantidad de jóvenes se encuentra tras las rejas por delitos menores, como es el caso de tres personas a las que el Tribunal de Primera Instancia de Kef condenó a 30 años por consumo de marihuana. Otro joven, en espera de juicio, recluido en la prisión de Sfax, falleció hace poco debido a que no se le suministró la insulina que necesitaba para su diabetes.
En vista de las condiciones de reclusión deplorables que existen en Túnez y Haití, la prisión mata y lo seguirá haciendo. La sobrepoblación de las prisiones es un problema general y, pese a que las normas internacionales recomiendan una superficie mínima individual de 4 m2, las personas privadas de libertad disponen de tan solo 2 m2 cada una, por una tasa de ocupación del 126 %. En Haití, esta tasa era mucho más alta, incluso antes de la fuga masiva de varios miles de personas, que tuvo lugar el pasado mes de febrero. Los índices de sobrepoblación alcanzaban un 400 %, y cada persona contaba con solo 0,5 m2 de superficie. En la Penitenciaría Nacional de Puerto Príncipe, la prisión más grande del país, las condiciones de vida eran demasiado inhumanas. Tanto así, que las personas privadas de libertad tenían que turnarse para dormir por falta de camas. En otra prisión al sur del país, las celdas estaban tan abarrotadas que se necesitaban varios miembros del personal penitenciario para cerrar las puertas.
Siempre ha existido una profunda brecha entre lo que debería ser la prisión y lo que en realidad es. Y, aunque los regímenes penitenciarios evolucionan, la brecha sigue ahí. La prisión no cumple con la función de castigo, reinserción y disuasión que se le ha atribuido. En Haití y Túnez, por ejemplo, esta no puede ni siquiera calificarse, de una manera u otra, de institución penitenciaria, puesto que, en la práctica, no desempeña su papel de sanción. La mayoría de las personas privadas de libertad se encuentran en prisión preventiva, sin que se haya pronunciado una sentencia en su contra y, por lo tanto, se presumen inocentes, o, mejor, culpables, si no ¿por qué se mantendrían en prisión? En tales condiciones, la prisión no puede asumir su papel de instrumento penitenciario, en el sentido en que no se pronuncia una pena en respuesta a la comisión de un delito.
La prisión tampoco reinserta, sino que descapitaliza, desocializa y empobrece.
Otra de las funciones que se le atribuyen a la prisión es la de la corrección y rehabilitación. Desde los trabajos de Michel Foucault, sabemos que la prisión es la escuela del crimen. Para retomar las palabras de una reclusa haitiana: “es en el trullo en donde te consigues todos los contactos. La prisión es un lugar en el que te conviertes en delincuente; conoces a las vendedoras de drogas, te explican otros circuitos. Allí entras por un pequeño delito y sales convertida en una verdadera gánster”. Así pues, la prisión no parece cumplir tampoco su función de disuasión, ya que, como se ha observado en Haití y Túnez, los índices de reincidencia son altísimos. Por otra parte, también podríamos cuestionar su capacidad para neutralizar la delincuencia, teniendo en cuenta las numerosas evasiones que se presentan; en Haití, por ejemplo, cerca de 1000 personas se fugan cada año. En otras palabras, podríamos decir que la prisión no logra cumplir ninguna de las misiones que se le han atribuido.
El fracaso de la prisión también tiene que ver con la herencia colonial y la circulación de modelos penitenciarios que no se han concebido para ajustarse a cada contexto.
La penalización de la pobreza no es un fenómeno reciente. Los estudios del CRESEJ sobre la genealogía de la prisión haitiana revelan que, desde sus inicios, bajo la colonización francesa (1630-1803), el sistema penal haitiano se ha ensañado con las poblaciones más desfavorecidas y vulnerables, a las que ha percibido como una amenaza para el orden colonial y esclavista. Sin embargo, nunca ha habido una reflexión profunda sobre la adaptación de los modelos normativos y represivos importados de otros países e implantados en el contexto haitiano. En Haití, el reducido índice de encarcelamiento con respecto a los demás países de la región se debe a la reticencia de la población a recurrir a la Policía y a la Justicia para resolver sus diferendos, y a su preferencia por otros modos “alternativos” de resolución de conflictos. Ha ocurrido incluso que algunas personas perseguidas por otro-as habitantes busquen refugio en prisión.
Por otra parte, promover alternativas a las penas de prisión en un contexto en el que las condiciones materiales son sumamente deficientes también es una utopía por el momento. La medida del brazalete electrónico, por ejemplo, se aplica muy poco, ya que su uso requiere un acceso a la electricidad, de la que solo dispone, de manera regular, el 38,5 % de las personas de las categorías más privilegiadas y, por lo tanto, menos afectadas por el sistema carcelario.
Como lo afirmó Michel Foucault, la intención de reformar la prisión surgió al mismo tiempo que la prisión. Desde el momento de su creación, nos dimos cuenta de que no funcionaba y hemos intentado transformarla. Aun así, nos seguimos empeñando en reforzar la fortaleza carcelaria. ¿Por qué? Porque cumple otras funciones que facilitan el mantenimiento del orden social dominante. Para retomar la expresión de Foucault, la prisión es “un instrumento que permite gestionar los ilegalismos populares”. Su objetivo es encerrar a las personas marginadas de la sociedad o a cualquier otro individuo que se perciba como una amenaza para este orden social, inclusive a militantes y oponentes. Podemos observar entonces de que las prácticas actuales para el mantenimiento del orden social coinciden, de cierto modo, con las del periodo colonial, y que el sistema penitenciario sigue teniendo en su mira a los mismos grupos de la población.
Cuanto más el Estado desatiende sus funciones sociales, más el sistema penal toma el relevo y asume tareas que no le competen.
El criminólogo canadiense Álvaro Pires utiliza la metáfora de la botella para moscas. Estamos enfrascados en la idea de que la prisión es la sanción de referencia, y, en la actualidad, nos cuesta concebir una sociedad sin prisiones. Las penas alternativas no logran reducir el hacinamiento, sino que, al contrario, solo resultan ampliando el arsenal punitivo del sistema penal. Las personas a las que tal vez no se les habría impuesto una pena, terminan cumpliendo una medida alternativa acompañada de condiciones, a menudo, restrictivas, y, en caso de no respetarlas, la sanción es la misma: la prisión.
Las organizaciones que trabajan en el entono carcelario no siempre son conscientes del papel que pueden jugar en la reproducción de la institución penitenciaria.
En este contexto, ¿debemos seguir promoviendo los derechos de las personas privadas de libertad? ¿No sería mejor cuestionarse sobre esta intención de reformar la prisión?
Es una cuestión compleja, pero mientras las prisiones existan, es fundamental luchar por los derechos de las personas privadas de libertad. No obstante, esta lucha debe sostenerse sin perder de vista el escepticismo sobre el papel de la prisión, como lo señalan Dan Kaminski y Gilles Chantraine. Es por esta razón que en Avocats sans frontières además de nuestros esfuerzos por denunciar las condiciones de reclusión, luchamos por la despenalización de ciertas “situaciones problemáticas”. Impugnamos, por ejemplo, la ley N° 52 en Túnez, que penaliza el consumo de estupefacientes. Nuestro objetivo es militar para que la prisión deje de ser una respuesta automática.
François Tulkens decía que “tal como el derecho a la vida rechaza la pena de muerte, el derecho a la libertad rechazará algún día el encarcelamiento como forma de castigo”. Es importante tener esta idea en mente para empezar a contemplar la manera de salir de la espiral infernal que es la construcción de más y más prisiones.