MM. Las instituciones a las que pertenecen los contribuyentes son diferentes. Nuestros colegas sudafricanos y estadounidenses están más limitados por los protocolos legales y éticos. En Francia, somos un poco más libres. Sin embargo, en realidad, la firma de un código de ética no impide que podamos decidir por nosotros mismos en el campo, puesto que no todas las situaciones pueden preverse. Tenemos que pensar en la ética según la situación, en palabras de Didier Fassin. No existe una sola manera de hacer las cosas, ni una forma definitiva de considerar nuestras acciones, ni de definir nuestra actuación sobre el terreno.
Nuestra observación es participativa y plantea ciertas cuestiones éticas. Ya sea con los guardias o con los reclusos, nuestra presencia cambia la dinámica de las cosas. Frédéric Le Marcis pone el ejemplo de un joven recluso, en Abiyán, que le habló con mucho interés durante una visita. Al día siguiente, se dio cuenta de que esto había causado un problema al joven, ya que los más mayores consideraron que no tenía ninguna legitimidad para hablar con un investigador.
A menudo nos vemos envueltos en relaciones de poder. En mi trabajo de campo, tuve la sensación, en un momento dado, de que un recluso exigía dinero a los que querían hablar conmigo. Tienes que saber hacer valer tu deseo de hablar libremente con las personas que elijas. Pero, ¿quiénes somos nosotros para pretender romper los códigos que organizan la vida en prisión? Si los cuestionamos, sabemos que no tenemos una solución alternativa a corto plazo y que podemos exponer a algunas personas. No sé si es razonable esperar hacer algo a corto plazo, ya que al final nos iremos de allí.
Creo que es necesario ser humildes y aceptar que a veces tenemos que improvisar, puesto que no tenemos todas las respuestas. En realidad, hacemos lo que podemos.
Nosotros escribiremos y hablaremos, pero también sabemos que hay límites. Cierta información no puede firmarse ni revelarse públicamente, ya que puede poner en riesgo a las personas que han hablado con nosotros, así como nuestro trabajo de campo. Los seminarios de retroalimentación y de formación con las administraciones penitenciarias nos permiten encontrar el lenguaje adecuado e intercambiar, al menos cuando obtenemos la autorización para organizarlos. Esto nos permite evitar ofenderles cuando nos abren sus puertas. Y entonces, tal vez deberíamos responsabilizarnos más de ciertas posiciones en relación con el alcance de la pena. Bernard Bolze escribió en su prefacio que corresponde a los activistas apropiarse del libro. Nosotros investigamos, hablamos, escribimos, pero, ¿vamos a prisión todos los días? No. ¿Acudimos a los tribunales para defender los casos de los reclusos? No.
Nuestro trabajo ofrece el contexto, la perspectiva y las comparaciones necesarias. Pero no hacemos la misma labor diaria que los activistas o los propios reclusos, y sus familias, pueden hacer para apoyar su causa. Al final, corresponde a los ciudadanos actuar, ciudadanos que también somos. Sin embargo, nuestra condición de investigadores no nos da ningún privilegio para actuar ni para creer que poseemos toda la verdad. Aun así, nos parece fundamental (y así lo subraya también Bernard Bolze en su prefacio) utilizar nuestro trabajo para arrojar luz y aportar pistas de análisis sobre cuestiones en las que la sociedad pueda actuar. En este sentido, en la versión inglesa del libro, hemos dado la palabra a Alice Nkom, una jueza camerunesa que defiende los derechos de las personas LGBTQIA+, en un país que penaliza la homosexualidad.
En conclusión, queremos mostrar la diversidad del continente y destacar lo que los países africanos y sus diferentes experiencias tienen para decir. Esperamos fomentar el debate y el intercambio, sobre todo, con asociaciones, proyectos de cooperación y administraciones penitenciarias nacionales.