GD. Recomendamos primero retirarle a la administración penitenciaria algunos poderes. Ya no debería estar a cargo de la salud, esta competencia debería estar bajo la autoridad del Ministerio de Salud, y la educación debe confiarse al Ministerio de Educación. Cada juez de ejecución de penas debería contar con un equipo multidisciplinario que estuviese a cargo de las supervisiones posteriores a la sentencia para que no sean gestionadas únicamente por la administración penitenciaria, ya que es ampliamente conocido que esta ha llegado a negar la libertad a ciertos reclusos por una simple impertinencia.
Por otra parte, habría que revisar el concepto de Patronato de Liberados, organismo del Ministerio de Justicia que redacta los dictamentes de las supervisiones. Debería llamarse Oficina de ayuda al preso, por ejemplo.
El personal a cargo de la seguridad en reclusión debería estar formado según las recomendaciones internacionales. Actualmente, sigue las directivas de una administración penitenciaria que actúa como en tiempos de dictadura. La administración penitenciaria del país es un resurgimiento de la época militar.
Por último, apoyamos el uso del brazalete electrónico para los arrestos domiciliarios de las personas que estén en espera de juicio. Es una forma de ahorrar dinero público, de evitar la prisión provisional, así como de permitir a los reclusos quedarse con sus allegados y seguir con sus compromisos antes del juicio.
Sin embargo, hemos sabido que el Gobierno anterior confió el suministro de brazaletes electrónicos y pantallas a una empresa privada, lo que, hasta diciembre de 2019, le costaba al Estado un millón de pesos al día. Asimismo, plantea un problema ético: cuando se priva a alguien de libertad, pasa a estar a disposición del Estado y de la Justicia. La gestión penitenciaria debería ser únicamente pública.