Simmering, donde Gruber está encarcelado, es un centro conocido como una especie de “universidad de élite” en el sistema penitenciario austríaco. Muchos expolíticos austríacos han cumplido y cumplen su condena en Simmering. El “prestigio” de este centro no se debe a sus resplandecientes muros blancos o al edificio en sí –un antiguo pabellón de caza y residencia de los emperadores austríacos─. Muchos reclusos quieren ser trasladados a Simmering por la cantidad de privilegios que garantiza esta institución. Algo más del 10 % de la población reclusa disfruta del régimen de semilibertad que les permite pasar el día fuera de prisión y volver a ella solo para dormir, lo que constituye una de las formas más abiertas de internamiento en Austria. Las posibilidades de obtener este beneficio dependen de la capacidad de cada prisión (plantilla, habitaciones y/o programas educativos), razón por la cual se reservan lugares para este régimen en algunas prisiones austríacas. Este régimen no significa solo poder salir de la prisión para ir a trabajar durante los días laborables y pasar los fines de semana en casa. También significa que no hay rejas en las ventanas, ni celdas cerradas, significa poder ducharse cuando uno quiera, celdas con uno o dos dormitorios y una cocina compartida. “Nuestro módulo se asemeja a un espacio de vida común”, dice Gruber. Durante el primer confinamiento por la COVID-19, todo cambió: se prohibieron las visitas y el servicio postal, los módulos se cerraron y los internos en régimen de semilibertad solo podían salir de la prisión para ir a trabajar.
Gruber contesta a la mayoría de las preguntas con celeridad y precisión, a veces con una pizca de ironía en la voz. Pero cuando habla de sus fines de semana fuera de la prisión, lo invade la emoción. Después de casi dos años de pandemia, Gruber ha perdido casi 144 días de libertad. Esos fines de semana en libertad son importantes para él.
Tras el deceso de su esposa en 2018, él visitó un par de veces el antiguo apartamento que compartían, pero después lo vendió. “Era demasiado doloroso, demasiados recuerdos”, dice. En un par de meses, Gruber recuperará su libertad, por lo que ha buscado un nuevo apartamento. El problema es que la vivienda no está en buenas condiciones y sus planes de renovarla durante sus fines de semana en libertad se arruinaron. Ahora tendrá que empezar una nueva vida fuera de prisión sin agua ni electricidad.
Los días en semilibertad que ha perdido no se deducirán de su condena, y eso es lo más frustrante para Gruber. En más de 100 países, incluyendo estados como Irán, Turquía o los EEUU, las instancias judiciales y los políticos tuvieron una reacción más radical frente a la pandemia: 600 000 internos sobre todo aquellos con problemas de salud, de edad avanzada o a los que les quedaba poco tiempo de condena por cumplir, fueron liberados en todo el mundo entre julio de 2020 y febrero de 2021. La edad, el tiempo de condena pendiente, la salud, Gruber encajaba en todas estas categorías: más de 50 años de edad, sufre de asma y se trata con cortisona.
Al final, las restricciones adoptadas no lograron que la prisión de Simmering esquivara el virus. En la primavera de 2021, surgió un brote en el centro. Los módulos se confinaron, se envió a gente a módulos cerrados y los guardias repartieron puzles para que los internos se entretuvieran mientras estaban encerrados en sus celdas.