Tríona Lenihan. Los programas de puesta en libertad que se introdujeron en muchos países como respuesta a la pandemia de la COVID-19 permitieron vislumbrar la esperanza de una reducción, tanto inmediata como duradera, de la población carcelaria mundial. Esto hizo que se centrara la atención en las graves consecuencias de la superpoblación carcelaria, sobre todo, en lo que respecta a la salud y la higiene. En algunos países, se puso en libertad a un gran número de personas, lo que nos lleva a preguntarnos si era necesario que muchas de ellas estuvieran en prisión en primer lugar. Pese a las reducciones iniciales que se observaron en la población reclusa de algunos países, la aplicación general de las medidas adoptadas para descongestionar las prisiones fue totalmente inadecuada en la mayoría de los casos. Cuando se reanudaron los procesos judiciales y las prisiones se familiarizaron con los nuevos procedimientos de ingreso, también vimos cómo el número de personas privadas de libertad empezó a aumentar de nuevo, y se perdió todo lo que se había logrado en muchos lugares. En Global Prison Trends 2021, observamos que, en 118 países, algunas prisiones aún funcionan por encima de su capacidad, y en 11 países superan incluso el 250%.
Para revertir esta tendencia, se necesitan reformas sistémicas que aborden el problema de la severidad de las penas, que resulta en el uso excesivo del encarcelamiento. Esto incluye las políticas punitivas sobre los delitos de drogas, la sobreutilización de la prisión preventiva, las penas mínimas obligatorias, las penas cortas para delitos menores, La aplicación cada vez más frecuente de penas de larga duración, como la cadena perpetua, y el recurso al encarcelamiento como respuesta a los nuevos delitos relacionados con la COVID-19 en algunos países.
Es necesario priorizar alternativas a la privación de libertad que se centren en la rehabilitación y eviten el aumento y el endurecimiento de las penas.
Del mismo modo, es necesario que el sistema de justicia penal proponga a las mujeres respuestas alternativas con perspectiva de género, de manera prioritaria, pues la población reclusa femenina mundial sigue creciendo a un ritmo más acelerado que la masculina, con más de 740 000 mujeres privadas de libertad en todo el mundo.