Olivier Milhaud. El lugar en el que se implanta la prisión tiene numerosas repercusiones, y bastante más importantes de lo que se piensa. Por lo que respecta a los reclusos, estar encarcelado en el centro de una ciudad significa poder oír los ruidos de la calle, recibir visitas más fácilmente ─puesto que los lugares céntricos son más accesibles─, contar con más actividades ─ya que las asociaciones intervienen más fácilmente─, y acudir con más facilidad y rapidez al hospital o al juzgado, ─que a menudo están en lugares céntricos─. Este último aspecto permite además movilizar a menos guardias para estos trayectos y dejarlos que hagan su trabajo en prisión.
En cuanto a las familias, recordemos que el hecho de que la prisión esté en el centro es decisivo, sobre todo para las de clase humilde, con pocos recursos económicos, y empobrecidas por el encarcelamiento de su pariente. Estas familias no solo pierden los recursos o las prestaciones sociales mínimas que recibía su pariente antes de su ingreso en prisión, sino que además tienen que pagar para que su ser querido pueda comprar productos en el economato o alquilar una televisión, por ejemplo.
Una prisión en una ciudad está sin duda mejor comunicada que en las afueras, puesto que hay paradas de bus cerca y los autobuses pasan con mayor frecuencia, lo que facilita las visitas.
En cuanto al personal de prisiones, vivir en la ciudad puede ser más caro si quieren alquilar un piso cerca del lugar de trabajo. Además, algunos prefieren vivir en las afueras y disfrutar de un entorno de vida más campestre como el que quizá han tenido de jóvenes. Eso es cierto, pero residir en una ciudad, sobre todo si se trata de una ciudad mediana o grande, también significa acceder a una comunidad que ofrecerá más posibilidades a sus hijos y a un mayor mercado de empleo, en el que su cónyuge podrá encontrar trabajo con más facilidad. Si vives en las afueras, y más aún si vives muy lejos de la ciudad, más te vale pedir rápidamente un traslado por el bienestar de tu familia.
La alta rotación del personal, que conduce a una inestabilidad de los equipos, es un factor que perjudica tanto la calidad del trabajo del personal, que se cansa de repetir las instrucciones, como la reinserción de los reclusos, que cambian a menudo de interlocutores. En una prisión alejada de la ciudad, el riesgo de vivir separado del mundo, en una burbuja y sin mantener suficiente contacto con la diversidad urbana es mayor. Algunos trabajadores sociales se cansan de este aislamiento y suelen pedir un traslado, lo que impide hacer un seguimiento de los reclusos a largo plazo.
Por último, de un modo simbólico, que haya una prisión en el centro de una ciudad permite hacer visible el encierro y recordar a las personas que otras viven encerradas en nuestro nombre y que la justicia recurre a esta pena (e incluso cada vez más debido al endurecimiento de las penas desde hace décadas). Las prisiones en las afueras, en cierto modo, se invisibilizan en zonas industriales, y al ya no estar a la vista de todos, terminamos olvidando su existencia. A fecha de 1 de julio de 2021, Francia tenía más de 67 000 personas privadas de libertad, el equivalente a ciertos municipios del país. Una prisión en pleno centro de la ciudad también nos permite ver rostros, darnos cuenta de que detrás de los altos muros hay personas. Esto rompe la fantasmagoría que rodea las prisiones: sí, los que vemos tras los muros y los barrotes son seres humanos que tienen brazos, ojos y rostros, y que no son en absoluto monstruos que debemos extraer de nuestra común humanidad.