Un día normal en el módulo de aislamiento de Lane Murray, RHU comienza a las 3:00 a.m. con un desayuno que te distribuyen a través de la ranura de la puerta de acero, y que consiste en huevos artificiales fríos, avena fría y pan duro. Permanecer en aislamiento solitario las 24 horas del día es demasiado deprimente. Mi vida transcurre en esta celda de algo más de tres metros cuadrados, en la que hay una cama de acero, un pequeño escritorio y un sanitario metálico, sin lámpara. La oscuridad permanente es asfixiante; la única luz que tengo es la que entra por la ventana.
El ruido incesante de este lugar es para volverse loco. Día y noche se escuchan gritos, llantos, golpes en las paredes, portazos, las llaves de los guardias que tintinean en sus cinturones… el silencio no existe. El almuerzo llega a eso de las 10:00 a.m. y consiste principalmente en mortadela congelada, pan duro y pasas. Las 24 horas del día permanezco solo en una celda totalmente oscura. Por fortuna, mis libros me sirven de compañía y me ayudan a mantener la cordura. Espero que hoy me permitan bañarme, si no, tendré que darme un baño de gato en mi lavabo. Por la ventana puedo ver las aves volar y siempre me pregunto adónde van.
A menudo, las personas pierden la cabeza y se desconectan de la realidad, porque, para ellas, el exterior ha dejado de existir, ahora lo único que conocen es el interior de su celda; a veces las escucho transformarse, literalmente, en monstruos porque sienten que las paredes se cierran sobre ellas.
En ocasiones, los gritos y los llantos me afectan y me impiden pensar con claridad. La bandeja con la cena entra por la ranura de mi puerta a las 3:00 p.m.; es más pan duro, una patata y una dudosa carne de cerdo que, solo con sentir su olor, me provoca arcadas. Con el pan duro alimento a las aves a través de mi ventana. Luego retomo la lectura. Gracias a mi buena amiga Alex, puedo tener libros. Estos hacen mis días menos sombríos, al igual que su amistad, que me ayuda a vencer la soledad y la depresión. A las 8:00 p.m. distribuyen el correo; tengo un envío JPay de Alex. De repente, la serenidad entra en mi oscura celda y, por un instante, puedo olvidar los gritos, los llantos y los portazos. Un sentimiento de paz me invade mientras leo el mensaje de Alex, mi única familia.