Cuando le escribí a Xandan por primera vez, desconocía su extraordinaria historia, los detalles de su caso, y las condiciones de su existencia. Para la Justicia de Texas, Xandan no es más que un número, un expediente y una sentencia, tras la que tendrá que pasar el resto de sus días, o casi, en prisión. Tal vez, algunas personas se basan solo en lo que leyeron en la prensa conservadora de Texas para juzgarlo sin más, sin intentar si quiera comprender lo que ha sido su vida. Pero yo lo veo como alguien sensible, atento, educado y profundo, que me da todas las fuerzas y el amor que puede dar.
Antes de conocerlo, ignoraba todo sobre el sistema penitenciario de Estados Unidos; sobre el abuso de poder de los guardias, que, en algunas ocasiones, son más peligrosos que los mismos reclusos, y sobre el funcionamiento de la Justicia americana y la legislación del estado de Texas. Pero en estos dos años, la persona, que para ellos se reduce a un número de recluso y una cifra más en las estadísticas sobre la delincuencia, me ha enseñado mucho. Aquella persona que es mucho más que el terrible acto que cometió; la que lee Shakespeare y Emily Dickinson; la que tiene un inmenso talento para la escritura, y una increíble capacidad para reflexionar sobre el mundo exterior. Aquella persona atormentada por sus temores y sus dudas, que debe mantenerse fuerte para lograr soportar las condiciones de su existencia; la que me permite conocer lo que pasa tras las rejas y entender lo que es estar 24 horas al día sola en una celda, durante un año, sin luz, sin espacio, y con apenas un poco de aire. Aquella persona que pasa hambre todos los días y muere de frío en invierno; aquella que lucha contra la desesperanza y la depresión, y que no duerme más de cuatro horas diarias por temor a lo que le pueda suceder en aquel lugar inseguro.
Nada en su vida le sonríe. Su existencia se reduce a los procesos vitales comunes a todos los seres humanos: dormir, desayunar, almorzar, cenar y, en los buenos días, ducharse.
En los últimos dos años, he recibido unas 80 cartas que me han abierto una ventana hacia un mundo que no perdona y que castiga de manera permanente, durable, ininterrumpida y diaria, sin importar que él haya cambiado o no en estos 14 años. Xandan como ser humano no cuenta, lo que cuenta es el delito que ha cometido, el hecho en sí por el que lo han condenado. La persona en su conjunto, la suma de sus experiencias, sus cicatrices, las cargas que pesan sobre él, no interesan a nadie; como tampoco su infancia ni su móvil.