BAJO LOS EFECTOS DEL ESTRÉS post traumático de tu detención, te meten en la celda que será tu “hogar” los próximos días, meses, años…
Siempre es una incógnita; y te imaginas que estás en una de las habitaciones de tu hogar, miras a través de la ventana y crees estar viendo la rutina de los días, los ruidos incesantes del tráfico, los cláxones, las voces que murmuran, pero todo es un espejismo, ni estás en tu casa, ni de la ventana llega esa explosión de ruidos rutinaria. La ventana desde donde miras, solo te muestra las alambradas que enmarcan los muros de la prisión. No es un sueño, es que todavía estás en el camino de la aceptación, todavía dudas si eres tú el protagonista de esta historia, al que le han privado de libertad y con esta libertad se han llevado muchas cosas más.
El tiempo se ha puesto en pausa, mientras a extra muros la vida continúa su curso, no se paraliza y entonces caes en la cuenta de cuán prescindible eres. Como el dicho de aquella vieja película: “Tú te irás, yo me iré, y los pájaros seguirán cantando”.
Entonces es cuando te das cuenta de que fuera la vida continúa corriendo y cogiéndote tanta ventaja, que dudas si serás capaz de llegar a ella, de alcanzarla, cuando salgas de este cautiverio. No voy a mentirte, es importante que sepas que el hombre que hoy entra, no importa el tiempo que pase dentro de este submundo, jamás será el mismo cuando regrese a una vida que ya no le espera.
De repente te envuelve el atroz silencio de los fríos muros de tu celda. Entonces despiertas y no sabes si sobrevivirás a esto, tendrás que trabajar duro para lograr matar el tiempo, y que el tiempo no termine por matarte a ti.
El tiempo… siempre tan relativo, a él mismo y a ti mismo. En ocasiones es lento, tan lento que se podría coger con las manos y hacer formas con él, como quien juega con la plastilina. En esas ocasiones es mejor no mirar demasiado el reloj, porque claramente se convierte en tortura esperar a que la aguja de una vuelta completa, segundo a segundo para lograr contar un minuto más. Pero al echar la vista atrás, me resulta casi imposible pensar que ya llevo nueve meses aquí, en este punto muerto.
Recuerdo que hace algún tiempo, en la intimidad, le decía a una persona: contigo las horas siempre serán segundos, y paradojas de esta triste vida, ahora cada segundo parece ser un tiempo indeterminado, una pausa, una interrupción, que con suerte, se parecerá algo más de un minuto; y sin suerte, acabará matándote de desidia y soledad. Fuera nadie tiene tiempo, dentro nos sobran las horas y las horas que vendrán después de esas y las siguientes. Fuera nadie tiene tiempo, dentro nos sobran las horas y las horas que vendrán después de esas y las siguientes.
El encarcelamiento lo cambia todo, no solamente la percepción del tiempo; cambia tu manera de sentir, tu manera de vivir, tu forma de expresarte, tus estados de ánimo, convirtiéndote como mínimo en una ciclotímica, que pasa de la risa al llanto, y de querer luchar a querer morir.