Roland : "ya está, empieza de nuevo"

Roland, 68 años, 28 años acumulados en prisión. Para él, los últimos dos meses han sido como un regreso a la prisión

// Serie de testimonios Entre los muros (1/6)

¿Todos los muros son iguales? Han pasado varios meses, años o décadas en prisión. La falta de espacio, las restricciones de circulación, la inactividad, los controles: regulaciones bien conocidas que reaparecieron durante el confinamiento. Para algunos, los últimos dos meses han sido como un regreso a la prisión, con su rutina, sus estrategias, sus privaciones. Pero no estaban en prisión, y nos relatan la diferencia. Prison Insider publica seis historias de antiguos reclusos. Seis enfoques hacia el confinamiento y la prisión.

Roland, 68 años, 28 años acumulados en prisión.

Cuando anunciaron el confinamiento, me sentía asustado. No quería que el coronavirus acabara conmigo.

SÉ QUE puede sonar extraño, pero psicológicamente, el período de confinamiento fue más duro para mí que cuando estaba en encarcelado. En prisión, sabemos por qué estamos allí, sabemos que tenemos que vivir entre cuatro muros durante un tiempo definido. Pero ahora no se sabe nada sobre esta enfermedad, todo es muy incierto.

Cuando te encarcelan, es porque has violado la ley; tenemos una sentencia, un tiempo para cumplirla, una visión de futuro. Pero durante el confinamiento he tenido que aferrarme a la información que nos daban sobre el tema, contradictoria. No todos los científicos dan la misma respuesta, es una incertidumbre total.

Cuando anunciaron el confinamiento, me dije “ya está, empieza de nuevo”. Enseguida volví a la misma forma de vida. Estoy en casa, en mi estudio de 15 m², solo. El colchón, ver la tele, hacer crucigramas.

En tu interior se activa un reloj biológico, totalmente diferente al que tenemos en libertad. Vivimos al ritmo de la prisión. Trabajo y actividades - según el centro- salas de visita, paseos. Este es el ritmo de la prisión, es el ritmo de las puertas abriéndose y cerrándose. Cuando anunciaron el confinamiento, me sentía asustado. No quería que el coronavirus acabara conmigo. Pero la prisión me enseñó algo de disciplina. Es verdad que aguanto el hecho de estar encerrado mejor que mi esposa.

En prisión estamos solos, pero nunca estamos realmente solos.

Hacinamiento y soledad

Al final, en prisión estaba dentro de la categoría de la tercera edad y estaba más bien solo. No me quedaba todo el día en un rincón, pero me relacionaba poco con los demás. A veces la puerta estaba abierta, pero no salía a caminar. Podía elegir pasar tiempo en la celda por mi propia voluntad.

Los momentos más duros en prisión son los días festivos, cuando llega la primavera. Durante tres o cuatro días seguidos, cesan las actividades. Solo hay visitas, para quienes las tienen.

Cuando veo al Ehpad¹, donde la gente habla con sus familiares a través de cristales, me recuerda la época de las visitas sin contacto físico.

En definitiva, lo que la gente ha vivido ahora fuera, en algunos aspectos es lo que nosotros vivimos siempre dentro. Relaciones a distancia, prohibiciones. Porque dentro, por más que tengas una vida social, siempre es limitada.

Esta es la paradoja. En prisión estamos solos, pero nunca estamos realmente solos. Cuando estamos con los demás, no hablamos de nuestros problemas personales; y cuando volvemos a la celda por la noche, cuando se cierran las puertas, es cuando volvemos a nuestra realidad personal. Pasé más de diez años en régimen de aislamiento, pero eso fue cuando las prisiones de Lyon estaban hacinadas. Había hasta cuatro o cinco dentro de las celdas. Así que prefería quedarme en confinamiento solitario que dormir en un colchón en el suelo.

Hospital para personas de la tercera edad dependientes ↩

Modernidad y distanciamiento social

Hablamos de modernidad en las nuevas prisiones, ¡pero es distanciamiento físico! Cuanta más electrónica, menos contacto humano. Todo está organizado en torno a las redes eléctricas. En Roanne, recuerdo que veíamos a dos guardias al día, uno por la mañana y otro por la tarde, para abrir y cerrar las puertas. El resto se gestiona de forma remota, por cámara.

Viví en prisión en la década de 1970 y el contacto no era el mismo, cuando teníamos una petición, preguntábamos, teníamos comunicación con un ser humano.

Ahora tenemos que redactar cartas, esperar a que tomen una decisión. Luego recibimos una respuesta con varias cartas, todo es complicado. Así que sí, hay un poco más de confort, pero el resto es humo. Desde que salí, mi proyecto ha sido ir al campo, volver a la naturaleza con mi caña de pescar, respirar un poco de aire. Lo haré tan pronto como pueda, cuando termine mi revisión judicial y podamos movernos.

Entrevista realizada por Margot Hemmerich y Clément Bousquet