Cuando una persona es puesta en libertad tras un error judicial, sobre todo en el caso de una condena a muerte, su familia no tiene ni idea de cómo tratarla; ni ella a su familia. Muchas expectativas y responsabilidades recaen sobre los unos y los otros. La gente no es consciente de que cada trocito de vida es abrumador.
Te tienes que acostumbrar a la idea de poder caminar en el exterior, abrir una puerta o incluso cruzar una calle sin tener que pedir permiso. Los sentidos están absolutamente desorientados con todas las decisiones que tienen que tomar.
En prisión es fácil: es la hora de comer, comes. Pero fuera, tienes que ir a comprar, escoger lo que quieres, cocinarlo y limpiarlo todo después. La comida no cae del cielo y ya.
Cuando salí de prisión, no obtuve ninguna compensación por parte del sistema de Justicia. Como víctima de un error judicial, la situación es aún más difícil , ya que no puedes acceder a los mismos servicios que una persona culpable cuando es puesta en libertad. No puedes beneficiarte de los servicios que te ofrece la libertad vigilada, como ayudas para el acceso a la vivienda, a un trabajo o incluso a atención médica. No tienes ninguna ayuda, pero sí tienes un expediente penal. Pienso que no se deberían conservar los antecedentes penales de las personas, incluso si son culpables. Eso no está bien.
Cuando salí, nadie me daba trabajo. El estigma que pesa sobre las personas que tienen antecedentes penales es un gran problema. Nadie quiere contratarte y no puedes conseguir vivienda, incluso si dices que te declararon culpable por error: simplemente, no les importa. Piensan que haber pasado tanto tiempo en prisión te ha afectado de alguna manera. Así es que, ¿cómo se supone que vas a empezar? No tienes ropa ni dinero. Por suerte, yo tengo familia, pero algunas personas no tienen esa oportunidad. Por eso me di cuenta de que teníamos que construir un lugar para que las personas que recuperan su libertad se acostumbren poco a poco a la vida en el exterior.