NS. La prisión me rogó para que me inscribiera en el programa de periodismo, redacción independiente y edición de la Escuela de Periodismo de Londres, y hasta pagó por ello. Esto fue en 1990, pero todo el sistema ha cambiado desde entonces. Antes del motín de Strangeways en 1990, no se daba gran importancia a la educación. Lo único que les interesaba era que las personas pudieran entender las reglas, por lo que solo ofrecían un nivel de educación básica. La remuneración media semanal que recibía un recluso por realizar sus estudios era de 7.5 £. En cambio, si ibas a los talleres a poner arandelas en los tornillos o a empacar bolsas de vómito para los aviones, podías ganar hasta 30 £ por semana. Antes de Strangeways, si tenías un buen nivel de educación y querías continuar con tus estudios, la prisión lo financiaba. Muchas personas obtuvieron diplomas y, de ese modo, lograron salir de allí.
El sistema penitenciario mejoró mucho entre 1990 y finales de 1991, ya que las personas empezaron a buscar la manera de ayudar a los reclusos a progresar; una de ellas era la educación, por lo que de repente este tema adquirió gran importancia.
Luego, con la llegada del conservador ministro del Interior, Michael Howard, todo el mundo regresó a su celda. Nadie siguió recibiendo educación y solo unos cuantos pudieron seguir trabajando. Desde esa época, la prisión ya no financiaría las formaciones académicas, y los que querían tomar cursos y obtener diplomas debían buscar la ayuda de asociaciones caritativas y rogarles para que pagaran sus estudios. En el país hay 90 000 reclusos y dos tercios de ellos leen y escriben como niños de menos de 12 años. La cantidad de personas sin educación que se encuentra en prisión es altísima y, aun así, el sistema penitenciario no hace nada por ellas.
Lo más vergonzoso del sistema penitenciario británico es que las personas pueden entrar en prisión sin saber leer ni escribir y salir 30 años después sin que esto haya cambiado.
Por fortuna, las cosas me salieron bien. Sin embargo, en la actualidad, miles de reclusos no cuentan con la misma suerte. Muchos de ellos, con sus traumas del pasado y su bajo nivel educativo, entran en un lugar en el que se supone se les ayudará a integrarse en la sociedad, lo que está lejos de ser el caso. Los políticos hablan todo el tiempo de reinserción, pero, en realidad, muy poco se ha hecho al respecto. Sus soluciones son como minúsculas islas en un inmenso océano de basura.
Hace cuatro o cinco años fui a la prisión de Rochester, en Kent, en la que se aloja sobre todo a reclusos jóvenes. Allí tienen un programa fantástico. La organización English Heritage propuso brindar a algunos reclusos una formación de canteros, que dura entre 18 y 24 meses, y ofrecerles empleo al terminar la formación. He visto algunas de las cosas que hacen y es increíble. El problema es que, en esa prisión, hay 700 personas y solo 12 de ellas pueden tomar las clases. En otras palabras, cada dos años, doce reclusos reciben una verdadera educación y una real oportunidad de reinserción. Solo este puñado de personas pueden prepararse para trabajar más adelante, mientras los demás se quedan a un lado. No se hace suficiente hincapié en la educación. En el sistema penitenciario, la educación siempre ha sido el pariente pobre del trabajo industrial y los servicios de limpieza.