NS. Se debe transformar la reclusión de los jóvenes en un seguimiento continuo que vaya más allá del centro de menores. Desde principios de la década de los noventa, los cambios más significativos en el sistema judicial de menores se han producido en las instituciones que realizan el seguimiento una vez salen de los centros. En Montreal, se han reestructurado y optimizado los recursos para variar la intensidad del seguimiento en función de un cálculo previo del riesgo de reincidencia que presenta cada joven. Cuanto mayor sea el riesgo de reincidencia del menor, más intenso será su seguimiento. Las condiciones y el control a los que se les somete a diario son cada vez mayores, desde citas o talleres de educación social obligatorios, formaciones obligatorias, prohibición de contacto o de viajar, toques de queda, etc.
El incumplimiento de estas condiciones puede dar lugar a que la persona sea enviada (o devuelta) al centro de menores. Los jóvenes que presentan mayor riesgo también son los más precarios, pues tienen esa sensación de estar “encerrados fuera” o de vivir en una especie de “prisión al aire libre”. Por lo tanto, la finalidad de acompañamiento de los delegados de juventud entra en conflicto con la misión de control.
Por otra parte, existen dos intervalos temporales que entran en tensión: por un lado, el largo periodo de tiempo que requiere salir de la delincuencia y, por otro, el poco tiempo que se dedica a la prevención de la reincidencia. Cada vez hay más estudios que demuestran que salir de la delincuencia es un proceso largo, a menudo accidentado y precario, que va más allá de dejar de delinquir, pues los jóvenes necesitan aprender nuevos roles en la sociedad y obtener el reconocimiento y los recursos necesarios para seguir adelante. En este proceso, a veces hay recaídas, fracasos y reincidencia. Al reducir el abandono de la delincuencia a un control preventivo de la reincidencia, se corre el riesgo de comprimir el tiempo del acompañamiento para dar prioridad a la lógica de control.
Mis observaciones sobre los centros de menores muestran que gran parte de la ayuda que se ofrece fuera de los centros se basa en este tipo de control. Eso se convierte, para los jóvenes, en una lógica de autocontrol de sus propios riesgos y supuestas necesidades. Uno de los principales objetivos del programa clínico consiste en enseñar a los jóvenes “diversas habilidades sociales”, tomar conciencia de sus propias emociones, ayudar a los demás, tomar control de sí mismos, etc. La práctica de estas habilidades, validadas por un educador, tiene como recompensa unos billetes falsos a los que llaman dólares cognitivos, gracias a los cuales pueden comprar diferentes “privilegios” muy valorados dentro del centro, como disponer de un reproductor de música en la habitación, poder jugar a la consola, ser dispensados de las tareas domésticas, ir al gimnasio, acostarse más tarde, etc. Este “sistema de emulación”, que utiliza antiguas técnicas de comportamiento, se introdujo tras los disturbios de 2013 para dinamizar la vida cotidiana dentro de los centros de menores. Además, define un proyecto de rehabilitación en el que el menor es dueño de su propio destino y que depende de él gestionar los riesgos y necesidades. En otras palabras, se considera como una formación intensiva de lo que se encontrará cuando salga del centro.
Vea a continuación las viñetas del cómic: págs. 58-59.¶
Estas reflexiones serán el argumento de un libro que se publicará a principios de 2023 (El control sobre la rehabilitación. La justicia de menores en el siglo XXI, Quebec)(Sous la réhabilitation, le contrôle. La justice des mineurs au XXIe siècle, Québec, Presses de l’Université du Québec).