PI. ¿El proceso judicial juega un rol en esta evolución?¶
CC. Diría que hay dos cosas. Primero, los juicios rápidos, que se asimilan a las ejecuciones, y en los que todo va a gran velocidad. En estos procedimientos, no hay tiempo para realizar evaluaciones de personalidad, y las sentencias se dictan sin ni siquiera conocer a las personas. Ello contribuye a que individuos con enfermedades graves terminen en prisión sin que los magistrados se den cuenta de ello. O si se dan cuenta, no saben qué hacer con ellos e igual los mandan a prisión (pues allí se les suministra atención médica). Por otra parte, la función del proceso penal ha cambiado. Anteriormente, la justicia estaba allí para restaurar la autoridad del Estado y el juez venía a reafirmar la ley. Ahora, se ha dado un mayor lugar a las víctimas y la misión del proceso se desplazó hacia su lado.
Hoy en día, su función consiste más en reparar a las víctimas que en juzgar a las personas. El proceso se ha convertido en una especie de desagravio.
Es como si, de cierta manera, el grado de reparación dependiera de la cuantía de la pena pronunciada. Mientras más dura es la pena, más reparación obtendrán las víctimas, o como lo dice una expresión particularmente en boga, más fácil harán su duelo. Y, en efecto, si se considera que una víctima debe identificar a una persona reconocida culpable para obtener reparación, se torna imposible que los autores de delitos sean declarados inimputables. La ley Dati de 2008, que consagra esta evolución, tuvo lugar luego del caso Dupuy, apellido del joven esquizofrénico que mató a dos miembros del personal sanitario del hospital psiquiátrico de Pau. Esta ley permite a los enfermos mentales comparecer ante la sala de instrucción del tribunal de apelación. Se busca entonces que el proceso sea terapéutico para las víctimas; el crimen reprochado puede registrarse en los antecedentes penales, se puede establecer definitivamente la culpabilidad, pero al mismo tiempo la persona podría declararse exenta de responsabilidad penal: para reparar, hay que condenar.
PI. ¿Qué les hace entonces la prisión a estos enfermos?¶
CC. La prisión es un catalizador que agudiza todo, la injusticia que existe afuera, la violencia, los trastornos. Todos estamos parados sobre una delgada línea que separa la normalidad de la locura, pero algunos ajustes cotidianos nos permiten mantener el equilibrio. Contamos con diferentes mecanismos que nos ayudan a soportar nuestras tristezas, angustias y fragilidades. Mientras más medios tengamos para reaccionar frente a nuestro entorno, más facilidades tendremos para hacer frente a estas dificultades. Si usted sufre de insomnio, puede levantarse, fumar un cigarrillo, salir, dar la vuelta a la manzana, buscar algo en el refrigerador, escuchar la radio, mirar una serie, etc. Si usted tiene el mismo insomnio en prisión, no puede levantarse porque vive en una celda con dos personas más y no puede caminar sobre alguien que duerme en el piso. No tiene tampoco televisión o cigarrillos, no puede salir, no tiene a quién llamar, no puede abrir la ventana, etc. El insomnio se hace entonces mucho menos llevadero. Lo mismo sucede con la angustia o la tristeza.
La prisión disminuye la capacidad de acción. Los módulos disciplinarios aumentan aún más esa desposesión, ya que se priva a las personas de todos sus mecanismos de protección. Todas las debilidades se agudizan, independientemente de la patología mental.
Creo que no hace falta explicar mucho más para el caso de la persona que sufre depresión en prisión ─no deprimirse en prisión es sospechoso─. Por el contrario, una persona maníaca necesita espacio para expresar su locura, su estado de excitación psíquica. Necesita ir y venir, correr, vociferar o gastar todo su dinero. En nueve metros cuadrados, nada de ello es posible. El encierro agudiza las patologías y hace el sufrimiento aún más insoportable.
De la misma manera, una persona que sufre de alucinaciones o que se siente perseguida tiene que enfrentarse permanentemente a su delirio, sin poder escapar. Es así que aumenta la angustia que exacerba su problema.
La prisión es el lugar de todas las violencias. Uno es víctima de sí mismo, de los compañeros de celda, de los guardias, de la incomprensión, en fin, de todo.
Todas las personas pueden llegar a ser violentas: los médicos, los abogados o los trabajadores sociales penitenciarios. Aunque solo sea por pensar algo como: “Hoy no tengo tiempo para ir a verlo, iré mañana, de todas formas, él estará allí”, mientras dejan esperando a aquel con quien se han comprometido. Es claro que la prisión no torna la enfermedad menos dolorosa o difícil.
PI. ¿Las personas con enfermedades mentales son más propensas al suicidio?¶
CC. El deseo de suicidarse no es necesariamente patológico, sino que a veces surge como la única manera de escaparse de una situación insoportable. Algunos lugares empujan al suicidio y la prisión es uno de ellos. Sin embargo, el mejoramiento de las condiciones materiales de reclusión está al alcance de cualquier persona y poco hace falta para lograr que algunas cosas sean más soportables.
No es que las personas en prisión estén más enfermas, sino que la propensión al suicidio es inherente a la prisión. Los que se cuelgan en sus celdas, se suicidan en los módulos disciplinarios o se cortan la garganta porque acaban de recibir una mala noticia en el locutorio sin poder reaccionar de otra forma, no sufren obligatoriamente de patologías mentales.
Algunos responsables de la administración penitenciaria explican los suicidios en prisión por el estado de fragilidad de las personas que allí se encuentran. Eso es falso. Toda persona mentalmente sana que es enviada a prisión es susceptible de pensar en el suicidio. Ello nos lleva a nosotros, los psiquiatras, a preguntarnos qué estamos haciendo para luchar contra este fenómeno. Al fin de cuentas, si hacemos todo por evitarlo, si mitigamos los sufrimientos de las personas en prisión obligándolas a aceptar lo insoportable, ¿no estamos siguiéndole el juego al sistema penitenciario? ¿no lo estamos dispensando de tener que mejorar las condiciones de reclusión?
Por supuesto que hay que luchar contra el suicidio. Sin embargo, cada vez me convenzo más de que la presencia de los psiquiatras en prisión en cierta forma la legitima. Debemos limitarnos a lo mínimo indispensable y no hacer más apacible un sistema que además condeno firmemente.
No es muy complicado prevenir el suicidio en cierta manera. Aunque suene tonto, es importante ser afable y atento con los demás. A menudo le digo al equipo de enfermería que nuestra amabilidad ayuda mucho. La presencia de ciertos equipos es importante en la medida que traten bien a las personas, los calmen, los respeten, y ayuden a procesar el sentimiento injusticia. Pero este comportamiento no es solo exclusivo del personal sanitario.