Los programas de reducción de riesgos no han logrado implantarse de manera duradera, pues, si en la sociedad se enfrentan a una fuerte oposición, en prisión, es aún más difícil (hacer) que se acepten. La prisión se confronta entonces a un dilema: ¿cómo llevar adelante este tipo de iniciativas en un lugar con tantas restricciones?
Irène Aboudaram y Marie Hornsperger trabajaron con Médicos del Mundo (Médecins du Monde) para poner en marcha acciones de promoción y prevención en materia de salud en la prisión de Nantes-Carquefou (Francia). En su opinión, “los guardias penitenciarios se enfrentan a un problema ético, ya que para ellos es difícil asistir el consumo de una sustancia ilícita, que, en primer lugar, nunca debió haber ingresado a la prisión”.
El argumento de la seguridad se usa con frecuencia para justificar la falta de programas de reducción de riesgos, en particular, cuando se trata de programas de intercambio de jeringas. Francia, Bélgica e Irlanda no prevén este tipo de medida en prisión, pues el intercambio de jeringas es un tema que se cuestiona y levanta ciertas inquietudes. Sandra Ka Hon Chu, de la Red Jurídica Canadiense sobre VIH (Réseau Juridique VIH), señala que a los guardias les preocupa que los reclusos usen las jeringas como armas. Sin embargo, las observaciones de los profesionales de la salud demuestran que estos temores son infundados. Svetlana Doltu afirmó: “en 20 años de intercambio de jeringas en las prisiones moldavas, no se ha registrado ninguna agresión”.
En Canadá, se implementó un programa de intercambio de jeringas en 2018, tras una larga batalla judicial de las organizaciones de la sociedad civil, que argumentaban que la falta de material estéril ponía en peligro la salud de las personas privadas de libertad. En la práctica, sin embargo, este se aplica muy poco, ya que como lo explica Sandra Ka Hon Chu, “los reclusos tienen que hacer frente a muchos obstáculos para acceder al material”. Por ejemplo, primero deben obtener la autorización del personal de enfermería para integrar el programa, y luego la del jefe de guardias. En otras palabras, es posible acceder libremente al programa, a condición de renunciar a su anonimato. “El modelo de intercambio de jeringas en las prisiones canadienses no corresponde a ninguno de los recomendados por las Naciones Unidas. Al conocer la identidad de las personas que participan en el programa, será muy probable que los guardias las sometan a una mayor supervisión, que les inflijan más castigos y que registren más a menudo sus celdas, puesto que las drogas siguen estando prohibidas”. Todos estos elementos disuaden a las personas que necesitarían entrar en el programa. La Red Jurídica Canadiense sobre VIH considera que la existencia de tal medida es una buena noticia, “pero que sus condiciones no son las indicadas, ya que las personas siguen compartiendo sus jeringas”.
En algunos países, se distribuyen productos desinfectantes en lugar de material estéril. En Francia, “La guía para los nuevos reclusos” indica que, cada 15 días, la administración penitenciaria suministra un frasco de lejía a 12º, que permite descontaminar todos los objetos que hayan podido estar en contacto con sangre (hojas de afeitar, agujas, maquinilla, etc.).
En la práctica, el suministro de dicho producto es laborioso. Olivier Bagnis afirmó: “desde hace doce años que trabajo en prisión, la distribución de la lejía ha sido un problema. Normalmente, es una tarea que compete a la administración penitenciaria, pero que no siempre asume. Por eso, hemos llegado al punto en que nosotros [el equipo médico] debemos encargarnos de distribuirla”. La eficacia de la lejía, por otra parte, también es un tema que se ha puesto en tela de juicio. Como lo afirmó Médicos del Mundo, “la lejía se diluye al 12 % para limitar cualquier riesgo de intoxicación y de suicidio por ingestión, y nada prueba que una concentración tan baja permita desinfectar correctamente algún objeto”.
Evitar las agresiones, prevenir los suicidios, etc.… muchas son las razones que se aducen para justificar la falta de programas de reducción de riesgos en prisión. in embargo, este argumento de la seguridad se cae por su propio peso cuando a las autoridades penitenciarias les cuesta explicar sus reservas, como en el caso de la distribución de preservativos. En Francia, el manual del recluso indica que la administración penitenciaria y el personal sanitario distribuyen preservativos gratuitos. Olivier Bagnis explicó que “de manera general, es muy complicado hacerlo, ya que existe una reticencia tanto por parte de la administración penitenciaria como de los reclusos. La administración se aferra a su falso discurso de que la sexualidad no existe en prisión, y es algo de lo que no habla en general, pues no hay argumentos. La homosexualidad masculina en prisión tiende a ser un tema que no se asume ni se acepta.” Los preservativos, cuando se pueden distribuir, solo se reparten en la unidad sanitaria, como lo explica Mélanie Kinné, responsable de las unidades sanitarias penitenciarias para el Centro Hospitalario Universitario (CHU) de Nîmes.
En Irlanda, el acceso a los preservativos también es difícil. Sophie*, trabajadora social en prisión, declaró: “en 2014, un recluso pidió un preservativo. Si bien se lo dieron, esto fue noticia en la prisión. Somos sumamente retrógrados en todo lo que tiene qué ver con el sexo”. Sandra Ka Hon Chu señala que, en Canadá, se prevé aprovisionar a los reclusos de preservativos, lubrificantes y barreras bucales. Sin embargo, esto varía de una prisión a otra y, en la práctica, el acceso es difícil.
A falta de programas oficiales, algunos miembros del personal sanitario deciden por su propia cuenta brindar los cuidados necesarios, con o sin el consentimiento de la administración penitenciaria. Para Médicos del Mundo, “es motivador ver que las personas tomen tales iniciativas. No obstante, la falta de armonización obstaculiza la continuidad y el día que un médico se pensiona, el programa se termina“